XI
Engla
-¡Eyland!
-Le responde el niño casi al instante. ¿Es este tu hermano,
Shinjin? ¿Ese al que tanto estamos buscando? Bueno, ya podemos dejar
de hacerlo...
-¡¿Qué
haces tú con él?!
Pregunta
acto seguido. Aunque, la verdad, no sé si se dirige al chiquillo o a
Impeesa. Por fin he podido verle la cara a este hombre. Lo ansiaba
hace tanto tiempo... Fue casi una tortura para mí recibir órdenes
de alguien a quien no podía ver... hasta ahora. Aunque claro,
también es verdad que hace mucho que dejé de seguirlas...
Parece
ser que me he perdido gran parte del espectáculo que presenta el
gran lobo, porque el pequeño Desmond está ahora mucho más cerca de
la pantalla, al igual que su hermano mayor, y no se ve al viejo por
ninguna parte. ¿Qué está sucediendo?
-Tienes
que ayudarme... -Susurra el niño.
-Eso
quiero... -Las lágrimas comienzan a nacer y caer de los ojos de
Eyland. Me está destrozando verlo así.
-Sálvame,
por favor...
-Lo
estoy intentadndo. -Ahora ya casi parece un río lo que baja por su
rostro. Las pequeñas gotas se han convertido en un chorro constante
y húmedo.
-Pues
ven aquí y líbrame de ellos. Demuéstralo. -Dice, de pronto. ¿De
verdad este es el niño inocente de apenas diez años del que me
hablaba?
-¿Aquí
dónde, Desmond? -Eyland incluso se ha puesto rojo. La impotencia, la
culpabilidad y la desidia están acabando con él. Tienes que
calmarte, Shinjin. Y, para ayudar en esta tarea, lo abrazo por la
espalda. Ya casi es costumbre.
-Estamos
en el archipiélago de Lofoten, pero no sé por cuánto tiempo. Ven
rápido, por favor...
-¡¿Qué
haces hablando?! -La voz del gran lobo retumba por toda la nave, y el
mismo Impeesa aparece en la pantalla. -¡¿Qué le has dicho?!
-Nada...
-El niño llora y tiembla de forma casi inhumana, está aterrado.
-No... No he podido decir nada... Lo juro... -Junta las manos
implorando perdón. No lo soporto más.
-Déjalo
en paz, monstruo. -Digo, por fin. Parece ser que mi institnto
maternal ha aflorado antes de lo esperado. -Te está diciendo la
verdad, ¿no ves cómo está? -Grito más de lo debibo mientras hago
la pregunta.
-Oh,
¿pero qué tenemos aquí? Una dama peleona. ¿Tú también has
resurgido de tus cenizas, siguiendo con la tradición? -Y ríe a
carcajadas. ¿Qué?
-¡No
te metas en esto! -Chilla el niño entre lágrimas. ¿Cómo? -El
señor Impeesa me trata muy bien. Casi como si fuera nieto suyo. -¿Y
este cambio?
-Pero...
Pero... -No sé qué decir, y aún así he encajado mejor el
comentario que Eyland.
-Has
dicho... Sí, tú has dicho... Lo has llamado... Se-Se-Señor...
-Así
es, hermano. -Responde frío a los tartamudeos del chico. ¿Qué está
pasando aquí? -Él es mi señor.
-¿Te
has quedado helado, Eyland Rise? -Dice Impeesa, entre risas. -Soy su
amo y también su protector.
-Tú
no eres el protector de nada ni de nadie. -Replica con rabia y sé,
que de ser un encuentro cara a cara, le habría escupido.
-Te
equivocas, amigo. En este momento te estoy cuidando a ti. -De pronto,
calla y me señala con la cabeza. -Y a ella.
-¿Engla?
¿Qué tiene que ver ella con esto?
-¿De
verdad lo has olvidado? -Yo no. -Traicionó a mi organización, que
también era la de su familia y la suya propia, y te salvó de morir
a manos de una de mis ratas. Merece incluso más que tú la muerte.
-Serás tú el asesinado, lo juro por mi apellido Fire. -Y, dicho
esto, me parece que voy a cortar la conexión.
-¡Eyla...!
-Pero el niño no puede terminar la frase. Al menos, no dentro de la
llamada.
-Mi...
Mi hermano... -Parece que le ha afectado bastante. Está blanco como
la nieve de Niflheim. -Desmond... Está... Está com Impeesa.
-Yo...
Lo siento, Eyland. De haberlo sabido no te habría dejado coger...
-Me parte el corazón verlo así, de verdad.
-No,
Engla. Tenía que hacerlo. Tenía que saberlo.
-Y
ahora que lo sabes, ¿qué?
-Ahora...
Ahora vamos al archipiélago de Lofoten.
-Pero...
No sé. Yo creo que es una trampa.
-¿Y
si no lo es? ¿Y si mi hermano de verdad quería, necesitaba, que lo
sacara de allí?
Es
una posibilidad, claro. Pero... La vida me ha enseñado a desconfiar
antes de hacer algo, cualquier cosa, con la ayuda de algún
desconocido. Además... seguimos teniendo que encontrar a esa rata
huidiza de Olaf. No ha cambiado en absoluto.
>>>
Recuerdo aquella vez, hace ya años, cuando yo aún era Cometa y no
se me conocía por mi nombre, en la que hizo algo que realmente
cabreó a mi padre. Nunca supe qué fue, ni por qué lo hizo, pero lo
que sí supe es que, esa misma noche, Olaf había dejado Upsala sin
dejar rastro alguno de su paradero.
-Tenemos
que ir allí.
-Entonces...
¿Crees a mi hermano? -Eyland me mira con ojos de niño pequeño.
-Si
de verdad está allí, y con Impeesa, no solo tendrás la oportunidad
de salvarlo. También podrás...
-Acabar
con ese cerdo de una vez por todas. -Termina la frase por mí.
-Exacto.
Y
así, sin más, cambiamos nuestro rumbo, sin importar nada más. Ya
volveremos a Agder después de todo esto. Claro que yo tenía por
seguro que esto era un suicidio cuando lo he propuesto. Así que,
para superar el miedo, pongo el control automático y lo beso, con
ganas. Con muchas ganas, muchísimas.
-Ya
falta muy poco para llegar. -Dice, tras separarse lentamente de mí.
No, por favor, vuelve aquí, era tan cálido estar contigo...
-¿Un
úlimo beso? -Sonrío desde mi asiento.
-Por
supuesto.
Y,
sin dudarlo, me lo da. Si de verdad vamos a morir ahí abajo alguno
de los dos, al menos llevarnos un buen sabor en los labios.
Bajo
el cielo violeta, me separo de él y tomo los mandos de la nave para
hacerla descender a la isla más grande, con mucha diferencia, del
archipiélago de Lofoten. Si no recuerdo mal, aquí fue donde Eyland
casi pierde a su primo, así que tendré que tener cuidado con lo que
diga a partir de ahora.
Estaciono
la nave en un claro que veo, así como lo hicimos en Lunt. Aunque,
por supuesto, este lugar no se parece en lo más mínimo a aquel. Lo
que allí era un bosque, aquí es una jauría de árboles, a cada
cual más grande, luchando por robarle espacio al prójimo. Las
playas de arena fina de Niflheim, el puerto de Upsala o los
acantilados de Lunt y de Agder no tienen nada que ver con esto. Aquí
la vegetación cubre todo el suelo, llegando incluso al nivel del
mar.
-Vaya
sitio este, eh. -Susurro, para evitar ser oída. Por si las moscas.
-Sí...
Y ahora, ¿qué?
-Simple.
Yo estudié este lugar a conciencia durante mi formación en El Clan.
Entre toda la flora y fauna, en el corazón de la isla, hay un
edificio enorme que construimos hace tiempo. Tiene dos entradas.
-Vaya,
pues sí que lo sabes bien. -Ríe.
-Esto
es serio, Eyland. -Pueden matarnos.
-Lo
siento. -Agacha la cabeza.
-Bien.
Si conozco bien al Clan, y me da que lo hago, habrá un par de
guardias en cada puerta, es nuestro método habitual de defensa.
Tenemos las armas que nos prestó Argus, con sus respectivos
silenciadores. No nos costará mucho.
-¿Y
luego?
-Una
vez dentro, rastrearé la posición de la sala principal. Tu hermano
estará con él. Si Desmond ha dicho la verdad, vamos a tener que
llevar mucho cuidado. ¿Lo has entendido todo, Eyland? -Porque no
quiero que te pase nada.
-A
la perfección, querida.
Sonríe,
y yo le sonrío de vuelta, y nos ponemos en marcha, esquivando
árboles y guiados por el minimapa de mi antigua muñequera del Clan.
Por favor, espero que esto salga según lo planeado. Solo pido eso.
Tras
casi una hora alcanzamos el punto exacto en el que se debería
encontrar el edificio-base del Clan. Nos miramos, cogemos nuestas
armas y tomamos aire. Todo lo que venga a continuación depende de
esto. Atravieso la maleza, seguida de Eyland, alzo mi fusil y...
-Nada.
El lugar está desierto.
-¿Qué
ocurre, Engla? ¿Y los guardias que protegen la puerta?
-Ocurre
que tu hermano nos ha... -Pero no puedo terminar la frase. Una mano
me tapa la boca violentamente.
-Solo
lo ha hecho en parte... -Susurra en mi oído el hombre que me tiene
agarrada.
-Ahora
vamos a hacer algo que deberíamos haber hecho hace mucho.
Yo...
Yo conozco esa voz, esa horrible y grave voz. Quien está hablando
es... Y, tal y como pensaba, ante mí aparece Olaf, seguido de una de
esas criaturas de Niflheim con Eyland agarrado del cuello,
semiinconsciente. Pero esa cosa tiene algo de especial... Parece
mucho más humana que las que casi me matan, incluso...
-No
creo que quieras ver esto, preciosa. -Dice el hombre a mi espalda. Y
sé, cuando bajo la mirada hacia su mano, que es otra criatura como
la que está con Olaf. Ese maldito no ha cambiado nada de nada.
-Traedme
el hacha. -Pide. Y, al instante, aparece una de ellas que se la
lleva. Muchas otras salen de detrás de la maleza y nos rodean. ¿Qué
pasa aquí? -¿Te gustan, Cometa? -Sonríe. -Yo los llamo Salvajes.
Los tengo entrenados, ¿sabes? Y ahora... -El Salvaje a su lado deja
a Eyland en el suelo de baldosas de la entrada del edificio.
-Justicia.
-Esto
es por tu bien, preciosa.
Noto
un golpe tremendo en la cabeza y caigo al suelo.
¿Qué...
Qué ha pasado? Recuerdo llegar a Lofoten, y luego apareció Olaf, y
entonces...
-¡Eyland!
-Grito. Pero nadie parece oírme. -¿Dónde está?
Me
duele tremendamente la cabeza y, aunque a cada segundo que pasa veo
con más claridad, me cuesta saber dónde me encuentro. Creo que esto
es el interior del edificio... Y entonces lo veo, ya de forma clara,
justo delante de mí, tumbado en una camilla.
Pero
no está como siempre, hay algo raro en él. Tiene uno de los muslos
y la rodilla que le sigue muy entumecidos, la pantorrilla llena de
sangre, y el pie...
-No...
No... No hay pie.