viernes, 13 de febrero de 2015

Último Rugido (VIII)







VIII
Argus

Todo ha ocurrido tremendamente rápido. En un momento estábamos en la cueva delante de un plano general de Niflheim con las zonas donde había abominaciones y al siguiente nos encontrábamos armados, en plena calle y rodeados de esas cosas, muertas. Eyland ha dicho que ha llegado a sentir miedo al verme matar con tanto entusiasmo. No me conoció cuando yo tenía su edad.
Él es ahora un simple crío, como yo lo era entonces. Ha probado lo que es hacer correr la sangre de otro para evitar derramar la tuya propia, pero, si fuera por él, no volvería a hacerlo nunca más.
>>> Conmigo todo era diferente. Yo mataba porque buscaba algo, mataba por placer. Iba en busca de los colores primarios de verdad; había encontrado el azul real gracias a un prducto líquido que me trajo un amigo químico; y también el amarillo verdadero en el zumo de las naranjas. Pero entonces, ¿cómo conseguir el rojo más natural? No lo sabía.
>>> Entonces fue cuando empezó todo. Caminaba de noche por la calle hacia el laboraorio de mi amigo a por un poco más de “azul verdadero” cuando excuché gritos de socorro que venían de un lugar bastante cercano a donde me encontraba. Salían de un callejón oscuro y, sin motivo alguno, como si mis piernas hubieran cobrado vida propia, me acerqué hacia allí. Escondido tras unos cubos de basura, fui capaz de ver cómo dos hombres amenazan y pocos segundos después disparaban entre los ojos a un tercero y lo dejaban allí.
>>> A día de hoy, aún no sé por qué motivo lo hice, supongo que el brillo de la gloria me cegó. Estaba a menos de diez pasos, junto al cadáver, rodeándolo, aquello que tanto esperaba, el rojo verdadero. Simplemente lo cogí, él no me iba a impedir hacerlo.
Por más que lo intenté con diferentes personas, nunca conseguí una tonalidad tan roja como la de la sangre de aquel hombre, hasta ahora.
-Por fin. -Digo, de pronto.
-¿Argus?
-Hey, ¿estás bien?
Ignorando completamente lo que me dicen Eyland y Will, aparto a patadas las decenas de cadáveres que me cortan el paso, lanzo mi fusil al suelo y saco un bote de cristal de uno de mis cajones. Fue una buena casualidad que acabáramos con todas esas abominaciones tan cerca de mi antiguo estudio.
Me agacho al lado del cuerpo de John, que todavía chorrea sangre del estómago, y pongo el recipiente justo bajo la enorme herida producida por un disparo. Una vez está lleno, vuelvo a por un lienzo y mi equipo y los coloco en mi enorme balcón de cristal endurecido.
-Empecemos.



-Un poco de mezcla verde por aquí, y ahora... El toque final.
Acerco mi pincel al bote lleno de sangre reluciente y lo mojo con ella. Este color es... Simplemente magnífico. Debería tener más como este, pero no sé si debería asesinar a más gente como hacía en el pasado, no me llevó a ningún sitio.
-¿Se puede pasar ya? -Los tres supervivientes entran por la puerta.
-Por supuesto. Acabo de terminarlo, admiradlo.
Nada más me aparto de delante del cuadro, un abanico de expresiones aparece frente a mí: Will lo mira con su irremplazable cara de póker, Engla se horroriza y Eyland... él lo adora. Se le nota de lejos la vena de pintor.
-Somos nosotros...
-Y esas cosas... Muertas.
-¿No es genial? -Río. -Me siento como un dios con este pincel en las manos, creando la muerte en mi lienzo particular.
Sé que pensáis que estoy loco. Pues bien, hacedlo.
-¿Argus? ¿Me oyes? -Maldita sea, ya he vuelto a ausentarme. Odio que mi mente viaje sola.
-Sí, tranquilo. ¿Qué decías?
-Engla y yo tenemos que irnos. -Dice Eyland. -Volver a Agder.
-¿Has dicho Agder? Mi padre vive ahora allí, buscadlo. Se llama Vaes.
-Lo haremos. -Asiente.
-Os ayudará. -Sonrío de vuelta.
-Ahora que todo aquí está tranquilo, os dejo a Will y a ti la misión de mantener la paz y el orden.
-No te fallaremos.
-Por supuesto que no. -Apunto.
-En ese caso... -Eyland le da un abrazo y luego me estrecha la mano. -Nos marchamos. Gracias por todo, a los dos.
-No ha sido nada.
-Lo mismo digo. -Y la puerta se cierra tras ellos.
-Dirígete a la base de La Resistencia y ahora te alcanzo, yo voy a guardar el cuadro.
-Perfecto.
Cojo el caballete y lo llevo a la que fue mi habitación dutante mi etapa de artista profesional. Una vez me quedo completamente a solas, tapo el lienzo con una sábana y saco mi teléfono móvil del bolsillo.
-Vamos... Descuelga...
Tras varios segundos, obedece.
-El pájaro echa a volar.
Y cuelgo.

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