VIII
Argus
Todo
ha ocurrido tremendamente rápido. En un momento estábamos en la
cueva delante de un plano general de Niflheim con las zonas donde
había abominaciones y al siguiente nos encontrábamos armados, en
plena calle y rodeados de esas cosas, muertas. Eyland ha dicho que ha
llegado a sentir miedo al verme matar con tanto entusiasmo. No me
conoció cuando yo tenía su edad.
Él
es ahora un simple crío, como yo lo era entonces. Ha probado lo que
es hacer correr la sangre de otro para evitar derramar la tuya
propia, pero, si fuera por él, no volvería a hacerlo nunca más.
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Conmigo todo era diferente. Yo mataba porque buscaba algo, mataba por
placer. Iba en busca de los colores primarios de verdad; había
encontrado el azul real gracias a un prducto líquido que me trajo un
amigo químico; y también el amarillo verdadero en el zumo de las
naranjas. Pero entonces, ¿cómo conseguir el rojo más natural? No
lo sabía.
>>>
Entonces fue cuando empezó todo. Caminaba de noche por la calle
hacia el laboraorio de mi amigo a por un poco más de “azul
verdadero” cuando excuché gritos de socorro que venían de un
lugar bastante cercano a donde me encontraba. Salían de un callejón
oscuro y, sin motivo alguno, como si mis piernas hubieran cobrado
vida propia, me acerqué hacia allí. Escondido tras unos cubos de
basura, fui capaz de ver cómo dos hombres amenazan y pocos segundos
después disparaban entre los ojos a un tercero y lo dejaban allí.
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A día de hoy, aún no sé por qué motivo lo hice, supongo que el
brillo de la gloria me cegó. Estaba a menos de diez pasos, junto al
cadáver, rodeándolo, aquello que tanto esperaba, el rojo verdadero.
Simplemente lo cogí, él no me iba a impedir hacerlo.
Por
más que lo intenté con diferentes personas, nunca conseguí una
tonalidad tan roja como la de la sangre de aquel hombre, hasta ahora.
-Por
fin. -Digo, de pronto.
-¿Argus?
-Hey,
¿estás bien?
Ignorando
completamente lo que me dicen Eyland y Will, aparto a patadas las
decenas de cadáveres que me cortan el paso, lanzo mi fusil al suelo
y saco un bote de cristal de uno de mis cajones. Fue una buena
casualidad que acabáramos con todas esas abominaciones tan cerca de
mi antiguo estudio.
Me
agacho al lado del cuerpo de John, que todavía chorrea sangre del
estómago, y pongo el recipiente justo bajo la enorme herida
producida por un disparo. Una vez está lleno, vuelvo a por un lienzo
y mi equipo y los coloco en mi enorme balcón de cristal endurecido.
-Empecemos.
-Un
poco de mezcla verde por aquí, y ahora... El toque final.
Acerco
mi pincel al bote lleno de sangre reluciente y lo mojo con ella. Este
color es... Simplemente magnífico. Debería tener más como este,
pero no sé si debería asesinar a más gente como hacía en el
pasado, no me llevó a ningún sitio.
-¿Se
puede pasar ya? -Los tres supervivientes entran por la puerta.
-Por
supuesto. Acabo de terminarlo, admiradlo.
Nada
más me aparto de delante del cuadro, un abanico de expresiones
aparece frente a mí: Will lo mira con su irremplazable cara de
póker, Engla se horroriza y Eyland... él lo adora. Se le nota de
lejos la vena de pintor.
-Somos
nosotros...
-Y
esas cosas... Muertas.
-¿No
es genial? -Río. -Me siento como un dios con este pincel en las
manos, creando la muerte en mi lienzo particular.
Sé
que pensáis que estoy loco. Pues bien, hacedlo.
-¿Argus?
¿Me oyes? -Maldita sea, ya he vuelto a ausentarme. Odio que mi mente
viaje sola.
-Sí,
tranquilo. ¿Qué decías?
-Engla
y yo tenemos que irnos. -Dice Eyland. -Volver a Agder.
-¿Has
dicho Agder? Mi padre vive ahora allí, buscadlo. Se llama Vaes.
-Lo
haremos. -Asiente.
-Os
ayudará. -Sonrío de vuelta.
-Ahora
que todo aquí está tranquilo, os dejo a Will y a ti la misión de
mantener la paz y el orden.
-No
te fallaremos.
-Por
supuesto que no. -Apunto.
-En
ese caso... -Eyland le da un abrazo y luego me estrecha la mano. -Nos
marchamos. Gracias por todo, a los dos.
-No
ha sido nada.
-Lo
mismo digo. -Y la puerta se cierra tras ellos.
-Dirígete
a la base de La Resistencia y ahora te alcanzo, yo voy a guardar el
cuadro.
-Perfecto.
Cojo
el caballete y lo llevo a la que fue mi habitación dutante mi etapa
de artista profesional. Una vez me quedo completamente a solas, tapo
el lienzo con una sábana y saco mi teléfono móvil del bolsillo.
-Vamos...
Descuelga...
Tras
varios segundos, obedece.
-El
pájaro echa a volar.
Y
cuelgo.
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